La
pizarra que habla,
juega y es tan divertida
juega y es tan divertida
Era
la primera vez que iba a clase. No tenía demasiado miedo, pero
aquella noche no pudo dormir demasiado. Estuvo pensando y pensando cómo
sería su primer día, así que mientras no podía
conciliar el sueño ideó una manera para que el tiempo pasara
lo más rápido posible.
José
Buenaventura creyó que lo más conveniente era imaginar cómo
sería el día siguiente, aquella primera jornada frente a
veinte chiquillos de entre cuatro y cinco años.
Éste
sería su primer contacto directo con estos niños. Cuando
él estudió le enseñaron y dieron muchos consejos
de cómo debería tratar a los futuros alumnos, pero la realidad
siempre se le hacía muy diferente.
En su cama soñaba
despierto que todos los niños se mostraban ilusionados con lo que
él enseñaba. Que lo hacía de modo agradable y que
nadie se le distraía. De esta manera imaginándoselo se quedó
dormido.
Al día
siguiente, el despertador sonó antes de lo habitual, había
que vestirse para la ocasión, por ello, la ropa bien planchada
descansaba sobre la silla junto a la cama. Aquel día no se hizo
el remolón, se levantó inmediatamente. Se dirigió
al cuarto de baño, se aseó y afeitó, luego desayunó
y se vistió. Hasta llegar al colegio sólo tuvo que caminar
unos diez minutos, que se le pasaron volando, pues estaba muy nervioso.
Una vez allí
saludó a sus nuevos compañeros, quienes se mostraron muy
contentos con su llegada. Entre ellos murmuraban: ¡pobre maestro!
En su clase no hay ni una simple pizarra.
José Buenaventura
llegó a su aula y saludó a los pequeños: "Hola
a todo el mundo". Pero éstos no le correspondieron. También
para ellos era el primer día y no sabían frente a quién
estaban y como podrían suceder las cosas. Sólo Norberto,
un chico pelirrojo bastante despierto preguntó: "Aquí
no hay pizarra". A lo que José Buenaventura respondió:
"Ésta gran pantalla será nuestra pizarra y con este
ordenador haremos todas las actividades".
Al parecer Norberto
no había quedado muy satisfecho con la contestación y volvió
a preguntar: "¿Y usted dónde se sentará?"
En esta ocasión, el maestro sonrió y dijo que él
siempre estaría de su lado. Al parecer la primera prueba con los
alumnos no había salido del todo mal. No obstante, para ello tuvo
que explicar lo que era una pizarra, pues creyó que la mayoría
de los niños nunca habían visto una de éstas. Seguidamente,
dijo algo sobre su nueva pizarra y por qué estaba enchufada a un
ordenador.
Una vez todos
se presentaron y mientras Norberto seguía haciendo preguntas de
las suyas, José Buenaventura encendió el ordenador y la
pantalla se iluminó. En principio resultó un poco fea pero,
de repente, comenzó a hacer ruidos, emitir palabras y hasta tenía
música. Había muchos colorines y luego aparecieron dibujitos
que se movían, que charlaban entre ellos, que hacían preguntas…que
invitaban a jugar.
Después
de aquello, los chicos fueron al patio, jugaron con el resto de los amigos,
corrieron y saltaron muchísimo. Otra vez en clase estuvieron trabajando
sobre actividades que el maestro les mandó.
Los días
fueron pasando y todos los alumnos estaban muy contentos con aquella nueva
pizarra que hablaba, invitaba a jugar y casi sin querer enseñaba
cosas muy bonitas. Cuando los pequeños se habían familiarizado
con aquella herramienta, también jugaban directamente con ella.
Todos disfrutaban mientras aprendían y José Buenaventura
cada día estaba más ilusionado pues veía cómo
todos participaban. Incluso Ramón, que tenía un problemita
en las manitas, para él había una bola de color azul con
la que podía jugar y hacer dibujos, o bien colorear en el ordenador.
Él traía
a la clase discos que colocaba en el ordenador y todo el mundo jugaba.
A veces, escribía algo y enseñaba juegos de otros países,
pensados para los niños de cualquier lugar del mundo. También
veían la televisión, sólo los programas infantiles
y, de vez en cuando, mostraba lugares muy lejanos.
Un día,
José Buenaventura dejó de venir al colegio. Nadie supo lo
que le sucedió, quizá nadie quiso preguntar qué le
había sucedido. Así que me pusieron en su lugar. Me extrañó
muchísimo, el primer día que fui, que en la clase no hubiese
pizarra, pero pronto me acostumbré. En la actualidad soy incapaz
de enseñar sin la ayuda del ordenador y aquella pizarra que habla,
juega y es tan divertida. ¡Ah! Lo había olvidado, José
Buenaventura está en la Universidad, un lugar donde enseña
a los mayores cosas sobre los niños y siempre que tengo alguna
duda, acudo a él.
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